domingo, 10 de enero de 2021

La velocidad de la inteligencia



Solemos desestimar las posibilidades de una tecnología para los viajes espaciales debido, entre otras cosas, a la complicada relación entre la distancia y la velocidad. Un rayo de luz tardaría cien mil años en recorrer nuestra galaxia de un extremo al otro.

Según la teoría estándar, ninguna señal puede ir más rápido que la luz. Aún si desarrolláramos una tecnología que nos permitiera viajar a un décimo de esa velocidad, tardaríamos un millón de años en recorrer la galaxia. Si viajáramos a la estrella más cercana a un décimo de la velocidad de la luz, tendríamos un viaje de ida de 42 años. 

La lentitud que impone la cota lumínica de velocidades parece obligarnos a pensar que la inteligencia no es posible en entornos mayores a un sistema solar. Podemos planificar sobre cosas que duran horas o días o años, pero nuestra inteligencia no funciona para procesos más longevos. 

Hay dos formas de resolver esto: Una consiste en pensar que hay algún problema en la teoría de la relatividad y que la cota de velocidades sí puede remontarse. En ese caso la inteligencia humana podría extenderse a la galaxia; todo depende de cuanto se supere la cota; si tardáramos un año en recorrer la Vía Láctea, nuestra inteligencia sería perfectamente operativa. Pero si bien existen evidencias de que algunas influencias pueden saltar de una partícula a otra entrelazada de manera instantánea, no es posible, según la teoría, enviar información a una velocidad mayor que la de la luz.

La segunda forma de resolver la lentitud de los viajes espaciales tal vez no haya sido muy meditada, pero es posible según las leyes físicas. 

Un ser humano vive unos 80 años y su inteligencia puede intervenir sobre cosas que duran generalmente menos que eso; como hemos dicho, unas horas, unos días o unos años. Piense en cualquier cosa que decida; si estamos haciendo una comida, nuestro plan es para los siguientes minutos, primero la harina, después los huevos, después la manteca; si el plan es ir al teatro, podemos pensar en varios días; si deseamos hacer un doctorado, podemos pensar en los siguientes tres años Nuestra inteligencia opera sobre procesos que duran menos que la vida humana porque nuestros genes nos dicen que nada tiene mucho sentido después de morir.

Una estructura inteligente que dure 5000 millones de años[1], también podría intervenir sobre procesos que duran menos que eso; pero menos que 5000 millones es casi cualquier cosa.

Si  el universo pudiera construir un soporte físico para una forma muy longeva de inteligencia con la misma física que construyó nuestra incipiente tecnología, entonces su inteligencia podría actuar sobre procesos  de un millón de años o más. Al 10 % de la velocidad de la luz, una estructura tecnológica podría viajar de un extremo al otro de galaxia 5000 veces. Dentro de una galaxia, casi todos los procesos evolutivos podrían ser intervenidos inteligentemente.

Existe una relación entre la longevidad de la estructura que presenta inteligencia y la duración de los procesos que puede intervenir. Si no hubiera un límite de velocidad y solo demoráramos un año en recorrer la galaxia, con una tecnología de viajes espaciales que durara 5000 años, podríamos viajar de un extremo al otro 5000 veces. Si, en cambio, una tecnología viajara al 10% de la velocidad de la luz, y la estructura inteligente tuviera 5000 millones de años, también recorreríamos la galaxia 5000 veces. Entonces, la operatividad inteligente sería la misma en los dos casos.

La existencia de formas estables de tecnología es, en cierto modo, equivalente a superar la cota de velocidad.

¿Pero tiene sentido pensar en formas estables de tecnología de 5000 millones de años de duración si nuestro mundo solo tiene 4550, nuestra especie tiene 200.000 años y nuestra tecnología espacial menos de 100? Es una buena pregunta, pero tanto la forma de una tecnología estable como las evidencias que dejaría, son tema para otra discusión.

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[1] Si extrapolamos los tiempos evolutivos terrestres hasta el momento en que nacieron los primeros mundos con carbono, la tecnología de los viajes espaciales ya sería posible unos 8000 millones de años después del Big Bang. En un universo de 13800 millones de años, eso nos deja unos 5800 millones de tecnología especial.
https://elpais.com/elpais/2018/10/23/ciencia/1540309489_790251.html

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jueves, 7 de enero de 2021

¿Natural o artificial?


 
Todos podemos diferenciar objetos naturales de artificiales. Un árbol, una flor, un río, un gato y un bebé, son naturales, en cambio, un tren, un lápiz, un semáforo, una silla y un teléfono inteligente son artificiales. Cualquiera podría pensar que la diferencia está en el objeto, de modo que sería muy sencillo definir las características que hacen que un objeto sea natural o artificial. Pero es más complicado de lo que parece.
 
Supongamos que nuestra tecnología continúa evolucionando durante, digamos, 10.000 años. Es imposible imaginar las cosas que podríamos hacer, pero hagamos un esfuerzo.

Luego de evolucionar 10.000 años, nuestra tecnología pudo hacer una abeja. Nada del otro mundo ¿verdad? De hecho, nuestra abeja es idéntica a las abejas naturales. Si bien fue difícil de reproducir, no había nada allí lo suficientemente místico para que una tecnología avanzada pudiera fabricarlo. Primero hubo que entender el vuelo, luego la decisión de volar, el soporte físico de las decisiones, las neuronas, las células, los ribosomas, la replicación celular, la estructura tridimensional de las proteínas. Todo muy complejo pero nada imposible para una tecnología que pudiera comprender y reproducir cada fenómeno.

Tenemos, entonces, dos abejas idénticas, una natural y la otra artificial. Es evidente que el carácter natural o artificial no está en los objetos sino en su procedencia. Un objeto es natural cuando procede de la naturaleza y es artificial cuando fue construido por una tecnología avanzada. Las características de un objeto no son evidencia de que sea natural y no artificial. No existe nada natural que una tecnología suficientemente compleja no pueda reproducir

La mayoría de las cosas que fabricamos, no tienen por objetivo parecerse a la naturaleza, sin embargo, si quisiéramos fabricar un organismo vivo, como la abeja, nos encontraríamos en apuros. No tenemos la tecnología para fabricar una abeja. Conforme la tecnología avanza, algunas de las cosas que puede hacer comienzan a parecerse a los objetos naturales. Si una tecnología fuera suficientemente avanzada algunas de las cosas que podría construir serían idénticas a la naturaleza.

Existe una simetría central. La naturaleza no puede construir un rascacielos pero la tecnología que construye rascacielos sí podría evolucionar hasta producir cosas idénticas a las naturales.
 
Una célula viviente artificial sería todavía más difícil de imaginar. ¿Serían artificiales también las células hijas? ¿Y las hijas de las hijas de las hijas? Cien mil años después ya no sabríamos si hubo un ancestro artificial.


Si nuestra célula artificial evoluciona y produce una musaraña cien millones de años después, ¿la musaraña es artificial o natural?. Y si la misma tecnología de la célula inicial modifica el ADN de la musaraña para que pueda comer las hojas de un arbusto nuevo, que antes no comía, ¿la musaraña mutante es artificial o natural?. Y si luego de otros cien millones de años evoluciona un mamífero arborícola a partir de la musaraña artificialmente modificada, ¿este mamífero es natural o artificial?

En la Tierra, no hay evidencias de que longevas formas tecnológicas hayan intervenido en los procesos evolutivos; aunque, claro, tampoco hay evidencias de que todos los fenómenos complejos sean naturales. No se trata de que no existan objetos que lo pongan en evidencia. El problema es más profundo. Los objetos no son evidencia de su carácter natural o artificial. Y los procesos que los construyeron se funden en una maraña donde lo natural y lo artificial se desdibujan.

A veces la incertidumbre es mejor que una certeza equivocada.

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